jueves, 6 de octubre de 2011

La venganza.

 Corría bajo la lluvia como aquella noche que me cambió la vida. La noche en la que asesinaron a mi madre.

“Había oído gritar a mi madre desde el jardín. Corrí hacia la entrada de nuestra casa de París. La lluvia azotaba mi cara y el vestido que me había regalado mi padre estaba manchado de barro. Tenía siete años y no entendía que estaba pasando. Me aparté mi pelo rizado de la cara. Era castaño claro y siempre lucía impecable. Las damas de compañía de mi madre se encargaban de ello cada día. La tez de mi piel era más bien morena. En aquella época yo era muy madura para mi edad. Era muy amable y generosa con la gente de mi confianza y siempre estaba rodeada de mis amigos. Llegué jadeante a la entrada. Entré en la casa abriendo la puerta principal con mucho cuidado para que no me descubrieran. Los guardias yacían en el suelo, degollados y sin vida. La sangre encharcaba todo el suelo. Subí las escaleras de mármol acelerando cada vez más. Escuché ruidos dentro de la habitación de mi madre, abrí un poco la puerta y pude ver como un hombre estaba junto a ella. Entré de sopetón y aquel hombre se dio la vuelta. Sujetaba un puñal entre sus manos, manchado de la sangre de mi madre. Para mi desgracia, descubrí que aquel hombre era mi padre. Aquel al que tanto quería. No me lo podía creer. Mi padre salió corriendo de allí y no volví a verlo. Me acerqué al cuerpo de mi madre y juré que algún día encontraría a mi padre y me cobraría mi venganza. Cogí el puñal, lo limpié con cuidado y me lo guardé antes de que viniesen más guardias.

Sacudí mi cabeza, tenía que tener la mente despejada. Todo aquello ya no me importaba. Habían pasado nueve años desde aquel incidente. Mi forma de pensar había cambiado. Ahora era vengativa, rencorosa y tenía cara de poco amigos, aunque podía desenvolverme bastante bien en actos sociales. Con la muerte de mi madre y la desaparición de mi padre, yo era quien dirigía todos los negocios. Muchas personas me confundían con mi madre, tenía sus mismos ojos marrones. A parte de todo aquello había estado entrenándome con la espada y era una de las mejores de mi promoción. Vestía con un traje negro, pantalones de cuero, botas marrones con un dobladillo y una camisa blanca. Le había robado el traje a mi compañero. Llevaba también un sombrero con una larga pluma blanca. Me acerqué sigilosamente a la casa donde se encontraba su padre. Parecía que estaba discutiendo con otra persona, pero no conseguía escuchar nada de lo que decían.
Entré en la casa con diligencia, blandiendo mi espada con las dos manos. Subí las escaleras de madera chirriante con mucho cuidado. Alguien que no llegué a conocer salió de la habitación. Tuve que esconderme detrás de una pared para que no me viera y me descubriera. La luz de unos candelabros iluminaba la estancia en la que se encontraba mi padre. Entré con decisión, levanté mi espada hacia él y le grité:
-¡Date la vuelta!- Él se giró algo sobresaltado.
-Katerina, ¿qué estás haciendo?
-Vengo a cobrarme mi venganza.- Le dije amargamente.
-Katerina, hija mía. Te equivocas completamente. Yo no fui quien mató a tu madre. Te estás equivocando de hombre. No cometas una estupidez de la que luego te arrepientas.
-¡No! Te vi y no podrás hacer nada para que cambie de idea.
-Está bien, como quieras,- dijo resignado. Cogió su espada.- Libremos un duelo.
Me lanzó una estocada hacia el corazón. Rompió me camisa dejando entrever mi tatuaje. Eran dos espadas cruzadas y una serpiente las rodeaba. Lo miré con furia y seguimos peleando. Me asestó varias estocadas. Una en la pierna, otra en la cara y una profunda en el costado. Iba a asestarme una más cuando le atravesé con mi espada en el corazón. Su sangre caliente caía por mis manos. Lo tiré al suelo, yo estaba cansada y casi no me podía mover. Me precipité contra el suelo algo mareada. Oí como alguien aplaudía desde la puerta y se reía a carcajada. Era un hombre alto. No podía verlo bien, mi vista me fallaba.
-No fue él quien mató a tu madre, fui yo. Tus esfuerzos han sido en vano. Todo en lo que habías creído hasta ahora ha sido una mentira. Ahora ya no puedes hacer nada. Vas a morir.
-N...No…- Dije jadeando.
Se acercó hacía mí con aire vacilón. Cogió el puñal que llevaba en mi cinturón. Aquel que había matado a mi madre y me lo clavó en el estómago. Me dejó allí tirada desangrándome. Y así fue como aquella noche de 1732 morí.

Nota:
Es una historia que tuve que hacer para lengua, espero que os resulte entretenida. :)

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