martes, 1 de abril de 2014

Yo soy tú.

     Agachada y de cara a la pared se encontraba la niña, agarrada de su pequeño peluche temblando de miedo. Había algo ruin y mefistofélico detrás suya, pero la pobre no se atrevía a mirar. La infante gritó y gritó, mas nadie pudo escucharla al solamente salir de su boca sonidos sordos. Estaba desamparada y sola encerrada en cuatro paredes sin salida. La chiquilla siguió chillando hasta que calló sin fuerzas, agotada por el esfuerzo en vano. Jadeante, percibió el rumor siseante de una voz estridente tras ella: 
     -Esperaré.- Y durmió.

-----------------------------------------------------------------------

     Cuatro años habían pasado desde aquello y la Voz había seguido atormentándola día tras día por la noche antes de ir a dormir. Ella descansaba plácidamente sobre su cama, o al menos eso parecía:
     ''Una luz cegadora bañaba la estancia en la que se encontraba y la camisa de fuerza que le cubría el cuerpo estaba manchada de sangre, sangre proveniente de su boca. Tosió y tosió intentando expulsar de ella todo aquel líquido de sabor metálico que odiaba. Un coagulo de sangre negra cayó a través de sus labios, dejándola en un estado de conmoción.
     Dolor.
     Un dolor ardiente tal como el fuego le hizo retorcerse por el suelo. Agonizante, clamó ayuda hacia el cielo inexistente que sobre ella se expandía. Se intentó levantar varias veces obteniendo siempre el mismo resultado, volver a caer sobre sus destrozadas rodillas. Desesperada, aulló pidiendo amparo una última vez, desgarrándose la garganta desde dentro. El plasma desenterrado por aquel acto le ahogó, pero no le hizo sucumbir.
     De un segundo a otro, la luz se volvió más deslumbrante al mismo tiempo que un chirrido de ruido blanco envolvió la sala. Comenzó a llorar y sus lágrimas se tornaron negras, oscuras como el odio de su alma.
     -Esperaré...''
     Se despertó en mitad de la noche. La Voz había conseguido enredarse entre sus sueños y tornarlos pesadillas. 

----------------------------------------------------------------------- 

     La luz del Sol bañaba la calle solitaria por donde la muchacha deambulaba. Una ráfaga de viento perdida la azotó por detrás, erizándole los cabellos. Tras unos segundos de confusión, se dio cuenta de lo que estaba pasando y temió que aquel día hubiera llegado. La Voz había conseguido su objetivo, atraparla a plena luz del día.
     Ella tenía miedo, mucho miedo y recordaba aquel primer enfrentamiento con la Voz en su habitación cuando era pequeña. Año tras año, se había estado alimentado de sus miedos hasta tornarse en lo que era ahora, un ser férreo e infame. Aunque nunca la había visto directamente, en su memoria perpetuamente resonaba su voz discordante junto al repetitivo ''esperaré'', que tanto la encarnaba.
     Estaba paralizada y no se atrevía a darse la vuelta, temía a lo que se iba a encontrar si lo hacía. Respiraba vertiginosamente y parecía que fuera a hiperventilar, pero no fue así. Controló la situación y tras cinco respiraciones profundas, consiguió calmarse un poco. ''Esta bien'', se dijo, ''es ahora o nunca.'' Poco a poco fue dándose la vuelta y se sorprendió al no encontrar nada detrás suya. Estaba intranquila, tenía que haber ido a alguna parte, no era posible desaparecer tan rápido.
     Notó una respiración gélida tras ella, se asustó y se volvió. Por fin la tenía cara a cara frente a ella. El filo de una daga de plata le atravesó en el estómago, provocando que un resuello casi sordo saliera de su boca. La Voz apartó la hoja de su cuerpo y la empujó hacia el suelo, dejándola de rodillas frente a ella para que pudiera tener una visión completa de cómo era.
     -¿Cómo... Cómo es posible?
     -Porque yo soy tú… Y tú… Eres yo.- La Voz, ahora con cuerpo, hubiera sido idéntica a la muchacha salvo por varios detalles. Tenían el mismo patrón de cara y cuerpo, pero parecía como si la Voz no tuviera el color de la vida. Sus ojos inexpresivos tenían el color de la nieve y, uno de ellos, no tenía pupila, su pelo negro como el azabache caía sin control y su piel... Su piel grisácea estaba llena de incisiones que atravesaban su vestido blanco. Las había de todo tipo: profundas, superficiales, sangrantes, cicatrizadas,... Pero había un corte que sobresalía de los demás, el corte de su cuello, tan profundo y limpio que parecía hecho por dioses. La Voz, sin cambiar de expresión facial, empezó a reírse como una loca:
     -La espera a merecido la pena...