Mientras tú yaces exánime sobre el
frío suelo lleno lirios, yo siento miedo. Mirar tu rostro pálido, tan impasible
y tranquilo, despierta en mi interior un gran pesar que largos años tardará en
curar. Cargo aún la mano con la que apenas hace unos segundos trataste de alcanzar
mi alma una última vez. No quiero soltarla, pues creo que al hacerlo desaparecerás
por completo. Tus ojos, todavía abiertos, se reflejan al mundo con ausencia. Las
pupilas están clavadas en mí.
Por favor, haz que esto no sea real.
Una lágrima que jamás atreverse pudo
cae ahora marchita pronunciándose sobre tu sueño eterno. Ella me hace recordar todo
el dolor acumulado que tuviste que resistir a lo largo de tus pulsaciones. El
último aliento que te quedaba me confesó el desprecio que profesabas hacia ti mismo.
No conseguí darme cuenta a tiempo.
Tú, aquel que sólo supo arrebatarles
a los demás sus sueños e ilusiones. Tú, aquel que sólo sabía suprimir la vida
de todos allí donde pasaba. Tú, aquel que deseaba la muerte más que nadie. Tú, aquel
al que apodaban la Muerte misma.
Oh, cómo deseo que siguieses con
vida.
El remordimiento me corroe por dentro.
Me gustaría poder decirte todas aquellas cosas que nunca manifesté porque
estaba demasiado ocupado encontrándome a mí mismo y tratando de entender tu
mente. Ahora que he llegado a una espantosa resolución me siento vacío. Necesito
una nueva voluntad para seguir adelante, ésta pobre y antigua está cansada y
casi acabada.
Desvanezco demasiado pronto.
Me has dejado aquí, solitario, en un
mundo falso, equivocado y erróneo. Sin embargo…
Las piezas comienzan a levantarse
tapando los pequeños cuadrados negros que equilibraban los blancos. Gracias a ello,
una nueva era se levanta y comienzo a recordar todo aquello que creí olvidado y
que me dejaste.
Te prometo desde lo más profundo de mi
núcleo que llevaré conmigo cada una de las esperanzas que me encomendaste y
confiaste. Anhelo que, allí donde estés, guíes a estos pobres ojos que todavía
se tapan con la dulce inocencia hasta llegar a la cruel realidad.
Al hombre que me crio. Al hombre que me
calmó. Al hombre que me dio humanidad. Al hombre al que admiré. Tú, que fuiste
mi mentor y padre.
Yo… Oh, fui tan feliz…
Descansa en paz, mi Creador; desde
aquí ya puedo escuchar el sonido de la puerta sellándose.