¿Podrías imaginar para mi un nuevo amanecer? Me vale con uno sencillo, uno
de esos en los que te sientas en mitad de la playa mientras las silenciosas
olas llenan el vacío. No importa el día, no importa el mes, simplemente crea
uno que te transmita calma. Puede que las nubes tapen el Sol, puede que la
claridad deje pasar el pálido rosado, puede que las lágrimas caigan sobre la
estropeada arena. Sin embargo, no dejes que la amargura perfore tu corazón. Deja
ir con el viento al cruel pensamiento, deja ir con la noche al entumecimiento.
¿Podrías imaginar para mi una arboleda antigua? Me vale con una viva, una
de esas en las que respiras con todas tus fuerzas y sientes a la pureza
recorrer todo tu cuerpo. No importa si está lloviendo, deja que el repiqueteo
de las gotitas sobre las hojas lleve el ritmo de tu alma. No importa si está
nevando, deja que la infinita singularidad cubra sus misterios. Siente como el
vigor de su frescura dibuja en tu piel un nuevo origen, siente como empiezan a
florecer los pétalos de la dicha.
¿Podrías imaginar para mi una noche cerrada? Me vale con una elegante, una
de esas en las crees que la luz nunca volverá y debes vivir bajo la
tranquilidad de la tiniebla. No importa la estación, incluso si la humedad del
verano ahoga tus sentidos o el gélido viento del invierno corta la angustiosa meditación.
No importa el lugar, incluso si la pesadumbre de la ciudad cala en tus huesos o
si la inmensidad del desierto abruma tu fuero interno.
¿Podrías imaginar todo eso para mi? Temo que mis fuerzas cada vez van a
menos y me cuesta hasta descansar. El desasosiego no remite, la confusión
perdura, el olvido queda grabado. El lecho de espinas bajo la Luna derribada
estrecha mi bestial pensamiento, mis brazos rodean lo que queda de la desproporcionada
figura. Gimoteo mil y una palabras emponzoñadas, los labios de una existencia
ya perdida clavan contra mi cuello.
¿Podrías imaginar todo eso para mi? Realmente no creo que pueda volver a
verlo. El preciado oro carmesí cae bajo la roca y por fin un nuevo río nace. Besa
las marchitas flores que quedan ahora sobre los huesos bañados, observa como
las cenizas se convierten en ridículas reliquias admiradas por nadie. El
terrible paraíso se cierne sobre la paralizada niebla, la deidad que me guiaba perdió
la luz tras sus ambarinos ojos.
El Sol parece estar brillando, pero yo ya no parezco poder sentirlo.
Pasé toda una vida deseando perecer y me di cuenta de que no había vivido
absolutamente nada.
Oh, deja que mi cansada vista rememore una vez más las maravillas que articula
la dulce melodía.
Sólo una vez más…
Tan sólo una vez más.