domingo, 22 de mayo de 2016

Mi tan estimado amor.

El atardecer clamaba su color en el cielo, pero las nubes llenaban de gris oscuro su lugar.
El ambiente estaba cargado y no me dejaba respirar correctamente; mas parecía que yo era la única a la que le costaba realizar aquella vital acción. El viento danzaba a mi alrededor y me alborotaba el pelo, pero aquel era el menor de mis problemas. Todo parecía minúsculo comparado con el hecho de que tú estabas bajo tierra metido en una fría caja de madera.
El recuerdo de aquel momento todavía está fresco en mi mente. La confusión al inicio del ataque y el caos que sembró tras él. Cuando el polvo se disipó, tu cuerpo yacía ya inmóvil sobre el suelo. La sangre bañaba tu torso y tus ojos reflejaban una serenidad pasmosa.
Mi vida ha sido un infierno total desde entonces. Me siento como en una pesadilla continua, pues no puedo parar el dolor. No tengo escapatoria, es el precio que me toca pagar por no haber sido capaz de protegerte. Felicidad a cambio de una eternidad de tortura y suplicio.
No quería que te fueses tan pronto. Fue mi culpa, siempre lo es.  
¿Por qué me tiene que seguir pasando esto a mí? ¿Es que no merezco una Vida como los demás? No entiendo por qué se me ha otorgado tan nefasto sino. Tanto sufrimiento dentro de un corazón insignificante se desbordó hace ya tiempo; ya no hay hueco para nada más.
Mi mirada se cruza con las primeras gotas de lluvia, ahora lo entiendo. ¿Ya estás contenta? ¿No es esto lo que tanto anhelabas? Mi apagada alma está plagada de arrepentimiento y mi cuerpo no puede casi ni moverse por el peso de las muertes que carga. Me he quedado sola y la belleza del universo no puede calmarme. Ahí tienes tu premio y victoria, vil progenitora. 

''Oh, mi tan estimado amor, espero que encuentres allí donde estés aquello que se te ha negado por tanto tiempo. Por lo que a mí respecta, aquí ya no hay nada puro por lo que latir.''


domingo, 15 de mayo de 2016

Ensueño.

Tuve un sueño, un plácido sueño en el que todo parecía hecho a mi medida. En él, había un fracaso de Dios, un Dios que me amaba con el fervor de un millón de estrellas.
Aquél a quien nombré como mi amante me tocó el corazón y miró directamente a mis ojos. Se acercó grácilmente a mi oído y, susurrándome palabras banales que cayeron al abismo del olvido una vez pronunciadas, le hice desvanecerse. No sentí pena ni remordimientos, realmente no sabía cómo amar.
‘’Qué Dios tan estúpido’’, pensé.
Volvió, y su rostro reflejaba cólera, pero, al verme, comenzó a reírse sin control alguno. Agarró mi garganta con sus delicadas manos y apretó. Cortó mi aire, no mi vida.
Siempre es así, aquellos que son insensibles al dolor disfrutan haciéndome daño. Estoy acostumbrado a ello, no temo por todos los iguales que están por venir. Anhelo su visita, dejo que penetren en mi alma y se alimenten de mis desgracias.
Siento mi respiración calmada y el latido regular de mi corazón. Una luz tenue entra por un lugar incierto y baña todo mi ser. Ya he tenido suficiente soñar. Me siento sobre la cama y aparto el pálido cabello de mi rostro. No me siento vacío, mas no puedo poner en palabras lo que estoy sintiendo en este momento.

¿Quería simplemente ser amado?

sábado, 7 de mayo de 2016

Pequeña niña.

Pequeña niña en su vestido blanco que perdida estás en el vasto camino de la vida. Lágrimas caen por tus rosadas mejillas, rojas están tus rodillas. Sola te encuentras, solitaria avanzas, cabizbaja murmuras e imploras. No temas, pues, aunque el viaje sea duro y abrumador. Levanta la mirada, admira el firmamento que sobre ti se alza.
Déjate caer una vez más sobre el duro suelo. No hay nada por lo que sentirse avergonzada. Empieza a temblar, grita, desahógate. Despójate de todo aquello que te impide yacer. Desencadena tu felicidad, déjala volar en libertad por todo tu ser. Se egoísta por un día. Brilla por ti misma.
Seca tus lágrimas, calma tu espíritu. Respira profundamente, nota como el aire entra en tu cuerpo. Escucha, percibe los acelerados latidos de tu preocupado núcleo. Atiéndelos, entiéndelos, penetra en su razón, enlázate a su ritmo efímero.
Oh, pequeña niña con la mirada perdida en el horizonte incierto. Termina tus lamentos, levanta tu figura. Anima la determinación de pocos, rompe con la cobardía de muchos. No temas por lo que el sino tiene preparado para tu existencia; solamente disfruta del mañana.
Pon un pie delante de otro. Ardua tarea, oblígate a seguir adelante. Cura tu entumecimiento. Vuelve tu mirada sólo para renovar tu valía. Reclama la autoridad sobre tu sentir, recuerda quien eres.
Tuviste muchos tropezones en el camino, nunca te rendiste. Si hubieses carecido de dificultades, el espejismo de la realidad te hubiese sometido. Enorgullécete, sonríe, deja que tus ojos reluzcan como nunca antes.
Arregla tu blanquecino vestido, tapa tus rojizas heridas, deja que cicatricen y tornen rosadas.
Pequeña niña cuyo mundo fue destruido, lo diré todas las veces que sean necesarias aunque sea difícil para ti el escucharlo…
‘’Simplemente vive. ’’

martes, 3 de mayo de 2016

Lamento de soledad.

Me desperté aquel día de invierno sola y con lágrimas secas en los ojos. Me sentía desorientada, el aire a mi alrededor era pesado y me costaba respirar. Todo estaba oscuro y mi cuerpo estaba sudoroso. En vano, intenté mantener la compostura, pero empecé a temblar y ya no pude parar.
Me agarré el pecho, pues mi corazón pesaba y creía que yo sola ya no podría sujetarlo ni sostenerlo. Me tapé la boca, pues no quería que nadie escuchara mis desesperados lamentos. Me enjugué las lágrimas que brotaban sin cesar de mi yo más interior, pues no merecía semejante desahogo. Me cerré al consuelo, me abrí las heridas que nunca curaron. Simplemente me dejé llevar por el dolor una vez más y caí en la tentación de dejar a un lado las consecuencias.
No podía pensar con claridad y mi mente se convirtió en una mina de recuerdos turbadores que me hacían sentir todavía peor. Quería que todo aquello se desvaneciera, quería volver a ser feliz.
Pasé en ese estado cortos minutos que me parecieron siglos y, una vez sosegado, di cuenta del patetismo que lo envolvía. Me di vergüenza a mí misma y quise hundirme debajo de las sábanas. Me hice un ovillo y conté hasta doce, pues diez no me parecieron suficientes para armarme de valor y salir a la vida real. Una vez fuera y con los pies desnudos sobre el frío suelo, levanté la persiana. El cielo estaba muy oscuro, no porque fuera de noche sino porque los negros nubarrones que se cernían sobre la dormida ciudad amenazaban con soltar todo su pesar en ella.
Posé mis manos sobre el fino cristal y me acerqué para ver mejor lo que el exterior me ofrecía. Los árboles se sentían impasibles y sin vida. Las casas eran grises y cuadriculadas, nada de originalidad en su causa. Las farolas acababan de apagar su fuego y se mantenían rectas, desprovistas de energía para seguir. Las pequeñas calles estaban despejadas y sólo brillaban por los charcos que las bañaban.
Aquella imagen no provocó en mí desagrado ni vacío; en su lugar, percibí belleza, armonía y perfección.
Me aparté silenciosa de aquel cuadro que perecía y reuní fuerzas ya olvidadas para avanzar en el nuevo día que tenía ante mi. Me quité el pulcro y pálido camisón rosado y lo cambié por un descuidado y plano vestido blancuzco. Mis desnudos pies se cubrieron con un tosco tejido negro y mi apagado cabello quedó suspendido sin haber sido domado por el cepillo.
Salí de aquellas cuatro paredes que me tenían encerrada sin dejar atrás todas mis preocupaciones y dificultades. Las llevé conmigo como siempre lo hago, porque no están en un lugar físico, porque no las puedo apartar como a una pila de viejos libros que estorban y ocupan espacio en el camino, porque están dentro de mí.
Moran en mis pensamientos, anidan en cada rincón puro que encuentran, se alimentan de los temores e inseguridades que guardo bajo un sinfín de luz. Absorben todo a su paso y convierten mi interior en un camino de oscuridad en el que van y vienen a su antojo. No es que me importe, ya estoy acostumbrada a ellas.
Por este mundo caminan dos tipos de personas que se anteponen, hay un equilibrio que debe ser mantenido. Están aquellas que se merecen ser felices y están las que merecen todo lo contrario. No hay una razón, una regla que determine el porqué de ello, es algo que se sabe.
Yo merezco ser infeliz. Merezco no amar ni ser amada, pues es un privilegio al que se me cerró la puerta.
Soy digna de todo lo malo que me pase, es algo que acepté una vez que me di cuenta. Sin embargo, aunque a cada segundo intente demostrarme y persuadirme de que está bien, aunque me obligue a convencerme de que no debo darle importancia, el dolor de la soledad no es algo que pueda aguantar mucho más.


domingo, 1 de mayo de 2016

Amo la sensación.

Amo la sensación que provocan en mí sus gritos cuando la fina hoja lacera su tierna piel. Esos gritos que poco a poco van perdiendo fuerza y acaban por cesar pasados unos minutos de infinita agonía. No hay nada en el mundo que me excite más que ver el miedo en sus ojos cuando se dan cuenta de que ya no tienen escapatoria. Unos ojos que se anegan con lágrimas por tristeza, dolor y remordimiento.
Amo el color que se descubre cuando el oro líquido que les da vida mancha mi piel. Esa sangre que se despoja de su motor y sale apresuradamente al exterior, ya sin fin que cumplir. La palidez que queda en su pellejo tras mi dulce operación no puede compararse a esa impura nieve creada por el Dios incierto que muchos veneran.
Amo los vanos esfuerzos que interpretan con sus últimas fuerzas, con su último aliento. No... No sólo lo amo, sino que lo admiro. Esas ganas de vivir, esa energía en reserva que explota en un instante a fin de ser. Oh, cuántas manos que van al cuello instintivamente tratando tapar una apertura imposible de sellar.
Amo el momento en el que su núcleo deja de funcionar y se convierten en un peso muerto. Vivo para ese segundo, ese segundo en el que todo parece ir más lento y llega a tornarse estático. Su destino, fenecido antes de lo preestablecido, no se queja ni implora al cielo por lo que pudo ser y no fue. La totalidad del mundo calla, no llora ni se manifiesta.
Al día siguiente, cuando el cuerpo es encontrado en un callejón de mala muerte, un número limitado de gente pierde algo que era preciado para ellos y yo, yo pierdo tinta del bolígrafo al tachar el nombre de la víctima de una ilimitada lista de nombres que cada día crece más.