martes, 9 de abril de 2013

Abatimiento.



-¿Por qué eres así?- Me preguntó.
-¿Quieres saber por qué? ¿Quieres saber cuál es la maldita razón?- Le contesté fríamente.
-Sí… Quiero saber porque has cambiado, quiero saber que te ha pasado para que hayas tirado todo por la borda. Quiero saber porque ya no eres la de antes. Quiero saber porque tus ojos ya no brillan como lo hacían antes.
-No creo que pudieras entenderlo. Eres como los demás, preguntas sólo por preguntar. Ni siquiera te importa.
-No, eso no es así. Tú… Tú me importas, de verdad.
-¿Debo de creerme esa patraña? ¿Crees que no he caído antes en esa mentira?
-Por favor…
-De una vez, para. No quiero hablar de ello.
-Quiero comprenderlo.- Empecé a ceder.
-¿Me prometes que no se lo dirás a nadie?
-Te lo prometo.
-En primer lugar quiero que entiendas que esta vida es demasiado corta para tanto dolor. Sentimos tanta angustia y agonía que cuando nos sentimos felices parece un castigo. El desconsuelo cada vez que algo sale mal, el suplicio al saber que no eres lo suficientemente buena para nadie.
A pesar de todos mis esfuerzos, a nadie parece importarle. Hacen oídos sordos a la verdad evidente. Se tapan los ojos con la venda de la mentira. ¿Acaso entiendes la tortura interna a la que me someto diariamente? Esa inquietud que me causo por intentar ser alguien que no quiero ser. El calvario que me ata a esta perra vida es de lo que me quiero deshacer de una vez por todas. Quiero largarme de aquí. Irme lejos, muy lejos. A algún lugar al que ni siquiera yo puedo llegar. A aquel lugar donde nadie quiere poner un pie por miedo a no poder regresar. Quiero dejar de sentir lástima por mí misma. Quiero que, por una vez en la vida, lo que hago me transmita algo de orgullo.
Dejar que la gente eligiera por mí, fue mi gran error que ya no puedo remediar. Siento ansiedad e incertidumbre. Una aflicción que me recorre todo el cuerpo y que no quiere salir de mis entrañas. Que quiere seguir atormentándome en mis sueños. Después de todo esto, lo único que necesito es librarme de esta pesadilla para siempre. Ansío poder algún día ser libre y librarme de estas cadenas que me retienen en este purgatorio.
Desde un tiempo hasta aquí pensé, que si dejaba de pensar dejaría de existir. Pero no fue así. Al principio parecía que funcionaba, mi cuerpo y mi alma reaccionaron bien. Pero de pronto, todo cambió. Empecé a sentirme peor. Comencé a sentirme vacía, notaba que ya nada tenía sentido. El abatimiento pudo conmigo, no fui lo suficientemente fuerte como para aguantar toda aquella presión que me oprimía.
Una amargura empezó a florecer y dejé de ser la de siempre. Ya no sonreía por placer, no me sentía con ganas de hacerlo. Sonreía falsamente para que la gente no me molestara. Lo hice para que dejaran de preguntarme si estaba bien. Yo sabía que sólo preguntaban por cortesía, sólo querían quedar de buenas personas.
He perdido toda la esperanza, ya no quiero seguir con esta absurda mentira. Quizás el brillo que había en mis ojos ha desaparecido, pero en el fondo sigo siendo aquella niña sonriente a quien todos parecían querer. Quizás ese fue el gran problema, era tan inocente en aquella época que no fui capaz de percibir los nubarrones que empezaron a formarse sobre mí. Era tan feliz… Y ahora, todo rastro de aquello ha dejado paso a la profunda desolación.

Ahogarse.

Te llevas las manos hacia el pecho, sintiendo un profundo pinchazo sobre él. Caes al suelo casi sin poder respirar, jadeante. El aire no llega a tus pulmones, sientes que todo tú cuerpo a dejado de reaccionar ante cual quienr impulso externo o interno. Tú corazón empieza a latir con menos frecuencia a cada minuto que pasa. Te sientes mal, cansada, sin ganas de vivir. Te tumbas en el suelo agarrándote el estómago, te arde y sientes como si te estuvieran arrancando la piel. Tienes ganas de vomitar pero no sale, sigue dentro y lo único que deseas es echarlo todo hacia fuera. Te tapas la boca para evitar que todos escuchen tú grito de angustia. Tus párpados caen, todo se torna negro, ya nada  tiene sentido. El frío se apodera de ti. Tus dedos empiezan a entumecerse y ya no puedes ni moverlos. Se vuelven morados y la circulación a cesado. Tu cuerpo se paraliza, ya ha llegado la hora de irse. La gente pasa a tú alrededor sin ni siquiera mirarte a la cara. A ellos no les importa nada de lo que te ocurra, ellos no sienten ni padecen. Intentas gritar más alto para que te oigan pero siguen haciendo oídos sordos. Las personas no quieren verlo, lo rehúyen y no quieren ni oír hablar de ello. De repente, todo cesa. Los ruidos que te atormentan desaparecen. Te levantas y sigues andando tranquilamente como si nada de esto hubiera pasado. La depresión es como ahogarte, sólo que los demás no lo hacen.