El ritmo es lento, demasiado lento. Sin embargo, todavía puedo escuchar el
fino latido a través de la gruesa pared. Un dulce viento corre alrededor de la
piel oculta, manda pequeños escalofríos a mi núcleo. Realmente todavía no sé ni
qué debo sentir, todavía me cuesta ver más allá de la profunda niebla. Una
sonrisa delante de un ánimo real adelanta a mis lágrimas por una vez en meses,
temo decaiga de un momento a otro.
No quiero que decaiga.
Estoy demasiado cansado.
La estridente voz mantiene su hueco dentro de mi sentir, maldice mi suerte
y mi razón. No hay nada que pueda hacer para acallarla, tan sólo espero el
rugir de un nuevo mañana. Las notas cercanas de una dulce melodía, los gemidos
lejanos de un llorar antiguo, las pisadas contra un cristal a punto de quebrar.
Una felicidad se ha escapado de mis temblorosos dedos.
No…
Yo la dejé escapar.
La lluvia cae. Quema mis huesos y despierta mi entumecimiento. El laberinto
de esperanza cae contra el suelo moribundo. El riachuelo está próximo a
desembocar en el vasto océano carmesí, echaré de menos su gélido vaivén contra
mis consumidos lamentos. Prueba ahora la desagradable victoria que te ofrezco
en podrida bandeja de hueso. No tiene sentido, no porta pasión. Mis ojos
carecen de un cristal tras ellos, la vida hace mucho dejó de brillar. Las alas
llenas de oscuridad y sangre se volatilizaron cual cenizas en una tormenta, ya
no podremos liderar el momento verdadero.
Los no amados, los horripilantes y los ansiosos, nada nuevo que trazar
gracias a ese pobre tintero seco. No importa cuántas veces me haga daño, no
importa cuántas veces la tortura achaque mi ilusión, simplemente no quiero
convertirme en un ser frío y cruel. Aunque temo que he fallado en mi pequeña
resolución. Sólo quería un poco más de tiempo… Sólo un poco más; pero lo tiré
por la borda y dejé entrar a la inmundicia.
Qué ser tan horrible soy, si tan sólo no hubiera tenido la posibilidad de
admirar lo más mínimo. Conocía el final de la luz antes siquiera de empezar a
caminar hacia ella, debí hacer caso a mi intuición. Debí haber sabido que, por
una vez, no era ella; que realmente no me estaba engañando, sino que aquello
que me mostraba era la pura realidad.
Oh… Si tan sólo…
La ponzoña arrastra mis palabras y llega a la pureza de todas aquellas
almas que moran cerca de mí. Ojalá poder volver al pasado, ojalá no haber
nacido. Intenta dar finitud una última vez a estas perdidas flores marchitas,
intenta arrancar los últimos resquicios de vigor. Besa la calavera
ensangrentada y déjala caer contra la fría roca que forma la ruina. No te
preocupes, ya no es tu problema, las mariposas purpúreas se encargarán ahora de
su atento cuidado.
Vamos, deja que el mar se lleve los recuerdos amargos.
Ya no merece la pena seguir gritando contra un Sol apagado.
Vamos, deja que todo caiga de una vez en el olvido…