lunes, 12 de marzo de 2018

En el olvido.


El ritmo es lento, demasiado lento. Sin embargo, todavía puedo escuchar el fino latido a través de la gruesa pared. Un dulce viento corre alrededor de la piel oculta, manda pequeños escalofríos a mi núcleo. Realmente todavía no sé ni qué debo sentir, todavía me cuesta ver más allá de la profunda niebla. Una sonrisa delante de un ánimo real adelanta a mis lágrimas por una vez en meses, temo decaiga de un momento a otro.
No quiero que decaiga.
Estoy demasiado cansado.
La estridente voz mantiene su hueco dentro de mi sentir, maldice mi suerte y mi razón. No hay nada que pueda hacer para acallarla, tan sólo espero el rugir de un nuevo mañana. Las notas cercanas de una dulce melodía, los gemidos lejanos de un llorar antiguo, las pisadas contra un cristal a punto de quebrar. Una felicidad se ha escapado de mis temblorosos dedos.
No…
Yo la dejé escapar.
La lluvia cae. Quema mis huesos y despierta mi entumecimiento. El laberinto de esperanza cae contra el suelo moribundo. El riachuelo está próximo a desembocar en el vasto océano carmesí, echaré de menos su gélido vaivén contra mis consumidos lamentos. Prueba ahora la desagradable victoria que te ofrezco en podrida bandeja de hueso. No tiene sentido, no porta pasión. Mis ojos carecen de un cristal tras ellos, la vida hace mucho dejó de brillar. Las alas llenas de oscuridad y sangre se volatilizaron cual cenizas en una tormenta, ya no podremos liderar el momento verdadero.
Los no amados, los horripilantes y los ansiosos, nada nuevo que trazar gracias a ese pobre tintero seco. No importa cuántas veces me haga daño, no importa cuántas veces la tortura achaque mi ilusión, simplemente no quiero convertirme en un ser frío y cruel. Aunque temo que he fallado en mi pequeña resolución. Sólo quería un poco más de tiempo… Sólo un poco más; pero lo tiré por la borda y dejé entrar a la inmundicia.
Qué ser tan horrible soy, si tan sólo no hubiera tenido la posibilidad de admirar lo más mínimo. Conocía el final de la luz antes siquiera de empezar a caminar hacia ella, debí hacer caso a mi intuición. Debí haber sabido que, por una vez, no era ella; que realmente no me estaba engañando, sino que aquello que me mostraba era la pura realidad.
Oh… Si tan sólo…
La ponzoña arrastra mis palabras y llega a la pureza de todas aquellas almas que moran cerca de mí. Ojalá poder volver al pasado, ojalá no haber nacido. Intenta dar finitud una última vez a estas perdidas flores marchitas, intenta arrancar los últimos resquicios de vigor. Besa la calavera ensangrentada y déjala caer contra la fría roca que forma la ruina. No te preocupes, ya no es tu problema, las mariposas purpúreas se encargarán ahora de su atento cuidado.
Vamos, deja que el mar se lleve los recuerdos amargos.
Ya no merece la pena seguir gritando contra un Sol apagado.
Vamos, deja que todo caiga de una vez en el olvido…