Toqué tu corazón y
se convirtió en mil y una mariposas de ceniza.
Tu mano aprieta mi
delicada garganta, poco queda para que por fin quiebre. Las lágrimas de cristal
caen por nuestras mejillas, sólo que las tuyas son puras. El azul de la
desesperación, el rojo de la ira, el negro lleno de desagrado. Te estoy
matando, pero tú no quieres verlo. Los hilos de la tiniebla crean una costura
tenebrosa en tus pesados ojos, quizá consigas romper con la maldición una vez
partido.
Oh, si tan sólo…
La visión de la
felicidad se escapa a mis amoratados dedos, mi razón ha creado la ya cansina
ilusión. Escribí todo lo que sentía en un trozo de piel con sangre y acabó
quemándome hasta el hueso. Ojalá hubiese podido verbalizar todos aquellos
sinsentidos. Sin embargo, solamente eran eso: “sinsentidos”. Palabras llenas de
sentimientos sin validez que me corroían y quemaban el núcleo. Pero ojalá
hubiese tenido el suficiente valor para decirlo.
Toqué tu alma y se
convirtió en mil y una gotitas de desesperación.
Nuestras
respiraciones entrecortadas van acompasadas, los latidos del corazón siguen
buscando un ritmo común. Dime tú, sí, tú, ¿qué es lo que teníamos que haber
hecho? Un sinfín de emociones sin control fluyendo a través de nuestros labios,
la pasión se quemó demasiado pronto. Éramos un par de niños jugando a saber
amar, pero la verdad es que no teníamos ni idea de lo que aquello significaba
en realidad. Los gritos vacíos ante el abismo se abren camino, deberíamos parar
ahora que todavía podemos; ahora que el tiempo está parado y a cero.
Oh, si tan sólo…
Tus ojos negros,
mis ojos blancos, los cabellos carmesí. Las hojas laceran la carne con extremo
cuidado, temen descuidar las venas taponadas. Tus uñas bajan con fuerza mi
cuerpo, la marca del placer tinta la piel. Esta plenitud no es nada comparable
a todo el martirio que mis dientes te han hecho vivir. Las mordeduras de
ponzoña todavía son visibles en tu torso, me avergüenzo de tal tortura. Sin
embargo, de lo que más me avergüenzo es de tu perdón.
Agárrame.
Tómame.
Grítame.
Humíllame.
Pero, por favor,
sobre todo, no te quedes aquí plantado sin decir nada. Tu silencio es peor que
mil y una agujas perforando mi pecho. Las lágrimas cargadas de oro líquido caen
ahora por nuestras mejillas, sólo que tú has abierto los brazos y me has
acogido en tu calor. Soy la personificación del egoísmo, lo único que yo puedo
ofrecerte es un milenio de frío afecto. Ni siquiera entiendo cómo lo has podido
aceptar de tan buena gana. Mis brazos han conseguido alcanzarte, somos la imagen
perfecta del defecto.
Oh, si tan sólo…
Si tan sólo supiese amar.
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