domingo, 27 de agosto de 2017

Él.

Tap. Tap. Tap.
Unos tímidos pasos se adentraron. Los ojos vendados, las manos encadenadas, los pies descalzos; el cuerpo temblaba falto de excitación. Los cabellos carmesís desparramados por el pálido rostro intentaban ocultar la expresión llena de remordimientos. Todavía podía olerse el hierro derramado por su razón en su tierna, pero desgastada piel. El núcleo en el centro, el corazón acelerado, la vida perdida; las cadenas comenzaron a romperse. La oscuridad sobre su vista se disipó, el mayor de los cristales puros reflejaron aún más las lágrimas caídas por las quemadas mejillas.
Y allí estaba ella, la Reina, dispuesta a juzgarle. Miles de historias la describían, pero ninguna de ellas hacía justicia a aquella belleza sin faz. Su espada de zafiro relucía con una claridad extraña, pequeñas fisuras perturbaban la perfección que una vez albergó. La piel oscura, las cicatrices profundas, la figura colosal; parecía como si de una estatua se tratase. Sin embargo, estaba mucho más que viva. Su voz, firme e intimidadora resonó, mas los oídos de la menuda figura no pudieron alcanzar el mensaje.
Ya sabía por qué estaba allí.
La inmensidad del tablero de ajedrez de casillas negras comenzó a venirse abajo ante sus ojos. Polvo, piedra, columnas… Todo caía y caía sobre su existencia. El eco de un grito ahogado le despertó de la ilusión. El estallido de una risa, una suave música, el fluir de un viento irreal; la atmósfera se volvió pesada.
¿Q…? ¿Qué ha…? ¿Qué…? Sigo aquí. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué sigo aquí?
Ella.
Ella.
¡Ella!
Ella… ¿Por qué mantiene mi respiración si mi destino es…?
Oh, si tan sólo…
¡No! Ella, el… Ella, ¿dónde está ella?
¿Dónde la han recluido?
Me siento solo.
Me siento incompleto.
Me siento vacío.
¿Dónde se ha ido? ¿Por qué ha cortado hilo?
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué…? Ella ya no está. ¿Por qué? ¿Ella? Su latido… Muere. ¿Qui…? ¿Quién es? Tú. ¿De dónde…? Delirio. Delir… Delirio.
La locura terminó por tragárselo.
La Reina se levantó de su etéreo trono, la corona cayó, la espada terminó por desvanecerse; no fue derrotada. Todavía no. El alma en el centro de todo aquello se consumía a cada segundo que pasaba. Su pálido rostro se convirtió en una máscara de hueso, pero la expresión no desapareció. A lo lejos se pudo escuchar el susurro tranquilo de un cuerpo lleno de rabia:


No lo conseguirán, hermano, no podrán.