Tap. Tap. Tap.
Unos tímidos pasos
se adentraron. Los ojos vendados, las manos encadenadas, los pies descalzos; el
cuerpo temblaba falto de excitación. Los cabellos carmesís desparramados por el
pálido rostro intentaban ocultar la expresión llena de remordimientos. Todavía
podía olerse el hierro derramado por su razón en su tierna, pero desgastada
piel. El núcleo en el centro, el corazón acelerado, la vida perdida; las
cadenas comenzaron a romperse. La oscuridad sobre su vista se disipó, el mayor
de los cristales puros reflejaron aún más las lágrimas caídas por las quemadas mejillas.
Y allí estaba
ella, la Reina, dispuesta a juzgarle. Miles de historias la describían, pero
ninguna de ellas hacía justicia a aquella belleza sin faz. Su espada de zafiro relucía
con una claridad extraña, pequeñas fisuras perturbaban la perfección que una
vez albergó. La piel oscura, las cicatrices profundas, la figura colosal;
parecía como si de una estatua se tratase. Sin embargo, estaba mucho más que
viva. Su voz, firme e intimidadora resonó, mas los oídos de la menuda figura no
pudieron alcanzar el mensaje.
Ya sabía por qué
estaba allí.
La inmensidad del
tablero de ajedrez de casillas negras comenzó a venirse abajo ante sus ojos. Polvo,
piedra, columnas… Todo caía y caía sobre su existencia. El eco de un grito
ahogado le despertó de la ilusión. El estallido de una risa, una suave música,
el fluir de un viento irreal; la atmósfera se volvió pesada.
¿Q…? ¿Qué ha…? ¿Qué…? Sigo aquí. ¿Qué ha pasado? ¿Por
qué sigo aquí?
Ella.
Ella.
¡Ella!
Ella… ¿Por qué mantiene mi respiración si mi destino
es…?
Oh, si tan sólo…
¡No! Ella, el… Ella, ¿dónde está ella?
¿Dónde la han recluido?
Me siento solo.
Me siento incompleto.
Me siento vacío.
¿Dónde se ha ido? ¿Por qué ha cortado hilo?
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué…? Ella ya no está. ¿Por qué? ¿Ella? Su latido… Muere. ¿Qui…? ¿Quién es? Tú.
¿De dónde…? Delirio. Delir… Delirio.
La locura terminó
por tragárselo.
La Reina se
levantó de su etéreo trono, la corona cayó, la espada terminó por desvanecerse;
no fue derrotada. Todavía no. El alma en el centro de todo aquello se consumía
a cada segundo que pasaba. Su pálido rostro se convirtió en una máscara de
hueso, pero la expresión no desapareció. A lo lejos se pudo escuchar el susurro
tranquilo de un cuerpo lleno de rabia:
No lo conseguirán, hermano, no podrán.