Mis pies apenas rozan el suelo. Se
siente frío y de cristal. La luz a mi alrededor es muy brillante, parece un
túnel que nunca acaba. Llevo andando horas, tal vez días o semanas. El tiempo
ha dejado de ser una preocupación, el fluir ha quedado roto. Mi mente está
confusa, nada de lo que antes viví recuerdo. Cada vez que intento evocar una de
mis memorias me bloqueo.
¿Hacia dónde estoy yendo?
¿Quién soy en realidad?
Mi cuerpo tiembla de frío. Mis
labios están amoratados y mi piel tornó pálida. Cuento mis venas vacías, siento
el latido de un corazón lleno de hastío. La respiración se me hace pesada y
escasa, mis pulmones no dejan que el aire purifique. Mi cascarón está
extenuado, los miembros caen ya entumecidos. Anhelo poder alcanzar mi destino.
Toso, mi garganta se contrae. Noto
un líquido abrasador recorrer mi interior. De mi boca sólo parece exteriorizarse
la oscuridad y la inmundicia. La inquietud me oprime el pecho. Las espesas lágrimas
deslizan su frescor por mis sombrías mejillas. No esperan ser recogidas, se
desploman en el olvido.
El desconocimiento me
aterra, mas la curiosidad me mantiene con los ojos abiertos. Reconozco mis
crímenes, no entiendo tal prueba a la que se me somete. El descanso se me tiene
vetado, la eternidad no me aguarda al otro lado. Hilvano los recovecos de mi
existencia con una aguja desgastada y sin punta, el hilo se desmenuza. Las
cenizas que quedaban se volatilizaron, no queda espacio para la reencarnación. Desapareció
el sentimiento de culpa y, por ello…
¿Por qué sigo perdido en
esta niebla?
Paso. Paso. Caída. Dolor.
Mil agujas cruzan mis
rodillas y un grito desesperado amenaza con alzarse. Algo me empuja a levantarme.
No es determinación, tampoco valentía; simplemente es una chispa autómata.
Siento como si un sinfín de hebras estuvieran moviendo la solidez de mi cuerpo.
Quiero acabar con todo este
juego maldito sin reglas.
Llego a una vasta sala. Allí
no hay horizonte ni brillantez, sólo una luz neutra que ilumina vagamente. Mis
ojos van quedando ciegos, ven con subjetividad y tapan aquello que ataca a mi
inocencia. Un río suena acompañando el zumbido de mis oídos, la humedad cala en
mis quebrados huesos.
Mis pies tocan plenamente el
suelo. Ya no se siente frío ni cristalino. Miro hacia abajo y las piezas
encajan solas. La Flor del Equinoccio cubre con su color carmesí, asemeja
demasiado al oro rojo que una vez recorrió mi ser.
La leyenda cuenta que la
esencia de esta flor trae los recuerdos más hermosos de tu vida justo antes de
morir. Percibo el aroma, pero ello no despierta en mi nada.
¿Por qué estoy viendo
belleza en la muerte en vez de en la vida?
Mis recuerdos no volverán. Debo
atravesar el Río del Olvido, la angustia termina aquí.
Mientras camino por las
frías aguas voy desvaneciéndome. Me quemo, pero no hay fuego. Todo lo que fui,
soy o pude ser torna en humo. Alzo mi mano intentando atrapar la salvación, los
párpados caen y mis ojos descubren la verdadera soledad por primera vez.
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