domingo, 19 de febrero de 2017

Eternamente.

Una vez me preguntó que a quién pertenecía mi corazón y yo no supe muy bien qué contestarle. La respuesta que anhelaba distaba de la que yo seguramente tenía en aquel momento. No entendía lo que era el amor, no entendía muy bien cómo debía de funcionar. Me preguntó de una manera muy clara y directa, sin dar rodeos. No había tiempo que perder, todo corría en contra de nuestras esperanzas. Cuando de su boca nacieron esas palabras, no fui ágil en entendimiento. Que él, de entre todos ellos, quisiese alcanzar el saber, me resultaba tan extraño como la alegría en mi día.
La solución terminó viniéndome a la mente: ‘’Mi corazón me pertenece, eso es algo que no alberga discusión alguna…’’; y así es cómo se lo dije. Pertenecer es una idea tan bella, pero a la vez tan mortífera dependiendo del significado que le guardes en tu esquema. Los humanos no somos objetos, y mucho menos nuestros sentimientos.
La frase seguía su curso y terminó así ‘’…mas no me importaría compartir los sentimientos que allí residen con quien los ha originado’’. Después, listo él, alzó una nueva incógnita. Quiso saber quién era aquél que los había originado. Se atrevió a pronunciarlo y dejó a mi pensamiento de nuevo sin resolución. Fue una pregunta semejante a la pasada, sus ansias de saber iban a darle un conocimiento para el cual su sentir no estaba preparado. O al menos eso es lo que yo creía.
‘’No, no hables, calla. Cierra tus labios y deja descansar a tu razonamiento. Deja que la melodía de mi voz entre a tu ser y more en las tinieblas. ‘’
Expresado esto le miré a los ojos, raro, no solía darme ese placer. Tenía los ojos pardos y sentí que algo me atrapaba. Pasé mis delicados dedos por sus finos rasgos y memoricé con cautela todas sus imperfecciones. Respiré profundamente y su esencia inundó toda mi existencia. Realmente lo encontré bello.
Ya no había vuelta atrás, la suerte estaba echada.
Conocía las palabras que complementaban su última curiosidad. Sin embargo, no quise darle la satisfacción tan rápido. Le propuse una lógica que no pudo replicar:
‘’Nadie puede ganar algo sin dar nada a cambio. Para obtener aquello que se desea, se debe perder algo del mismo valor. ‘’
Se acercó lentamente a mí y se inclinó. Noté su respiración sobre mis labios y mis latidos comenzaron a bailar al ritmo de la desesperación. Miró directamente en mi alma y en ese momento comprendimos. Susurró a mi oído suaves palabras que me reconfortaron. El valor se equipó en su decisión y esperó paciente la recompensa ante tan dura prueba.
Allí estaba yo, mis sentimientos abiertos de par en par y un dolor que se iba disipando conforme los segundos se iban agotando. Dejé que me desnudara y explorara donde nadie nunca había querido. Sus caricias se sentían cálidas y me hicieron explotar en un sin fin de lágrimas cargadas de alivio y calma. Nuestros cuerpos yacieron juntos en la misma superficie oscura, ya no quedaba más en la lista que la vigilia.
Sellamos aquella noche con el fino roce de nuestros atormentaos y cansados labios. El Sol se veía ya en el horizonte, se alzaba triunfante ante una noche de tormenta que parecía nunca acabar; y ojalá nunca hubiese acabado. Se veía hermoso, pero no se podía comparar con la sonrisa que siempre crea cuando la felicidad baña toda su naturaleza.
Dormía plácidamente sobre mi pecho y yo le acariciaba el pelo. Su respiración era pausada y tranquila. Ahora era mi momento de susurrar:
‘’No te preocupes, mi querido ser incompleto, cuidaremos de nuestros corazones para que puedan encontrar el camino eternamente. Se acabaron las noches en vela gritándole a un amasijo de cristales rotos. ’’ 

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