Una vez me preguntó que a
quién pertenecía mi corazón y yo no supe muy bien qué contestarle. La respuesta que
anhelaba distaba de la que yo seguramente tenía en aquel momento. No entendía
lo que era el amor, no entendía muy bien cómo debía de funcionar. Me preguntó
de una manera muy clara y directa, sin dar rodeos. No había tiempo que perder,
todo corría en contra de nuestras esperanzas. Cuando de su boca nacieron esas
palabras, no fui ágil en entendimiento. Que él, de entre todos ellos, quisiese
alcanzar el saber, me resultaba tan extraño como la alegría en mi día.
La solución terminó viniéndome a la
mente: ‘’Mi corazón me pertenece, eso es
algo que no alberga discusión alguna…’’; y así es cómo se lo dije. Pertenecer
es una idea tan bella, pero a la vez tan mortífera dependiendo del significado
que le guardes en tu esquema. Los humanos no somos objetos, y mucho menos
nuestros sentimientos.
La frase seguía su curso y
terminó así ‘’…mas no me importaría compartir los sentimientos que allí residen
con quien los ha originado’’. Después, listo él, alzó una nueva incógnita.
Quiso saber quién era aquél que los había originado. Se atrevió a pronunciarlo
y dejó a mi pensamiento de nuevo sin resolución. Fue una pregunta semejante a
la pasada, sus ansias de saber iban a darle un conocimiento para el cual su
sentir no estaba preparado. O al menos eso es lo que yo creía.
‘’No, no hables, calla.
Cierra tus labios y deja descansar a tu razonamiento. Deja que la melodía de mi
voz entre a tu ser y more en las tinieblas. ‘’
Expresado esto le miré a los
ojos, raro, no solía darme ese placer. Tenía los ojos pardos y sentí que algo
me atrapaba. Pasé mis delicados dedos por sus finos rasgos y memoricé con
cautela todas sus imperfecciones. Respiré profundamente y su esencia inundó toda
mi existencia. Realmente lo encontré bello.
Ya no había vuelta atrás, la
suerte estaba echada.
Conocía las palabras que
complementaban su última curiosidad. Sin embargo, no quise darle la
satisfacción tan rápido. Le propuse una lógica que no pudo replicar:
‘’Nadie puede ganar algo sin
dar nada a cambio. Para obtener aquello que se desea, se debe perder algo del
mismo valor. ‘’
Se acercó lentamente a mí y
se inclinó. Noté su respiración sobre mis labios y mis latidos comenzaron a
bailar al ritmo de la desesperación. Miró directamente en mi alma y en ese
momento comprendimos. Susurró a mi oído suaves palabras que me reconfortaron.
El valor se equipó en su decisión y esperó paciente la recompensa ante tan dura
prueba.
Allí estaba yo, mis
sentimientos abiertos de par en par y un dolor que se iba disipando conforme
los segundos se iban agotando. Dejé que me desnudara y explorara donde nadie
nunca había querido. Sus caricias se sentían cálidas y me hicieron explotar en un
sin fin de lágrimas cargadas de alivio y calma. Nuestros cuerpos yacieron
juntos en la misma superficie oscura, ya no quedaba más en la lista que la
vigilia.
Sellamos aquella noche con el
fino roce de nuestros atormentaos y cansados labios. El Sol se veía ya en el
horizonte, se alzaba triunfante ante una noche de tormenta que parecía nunca
acabar; y ojalá nunca hubiese acabado. Se veía hermoso, pero no se podía
comparar con la sonrisa que siempre crea cuando la felicidad baña toda su
naturaleza.
Dormía plácidamente sobre mi
pecho y yo le acariciaba el pelo. Su respiración era pausada y tranquila. Ahora
era mi momento de susurrar:
‘’No te preocupes, mi querido
ser incompleto, cuidaremos de nuestros corazones para que puedan encontrar el
camino eternamente. Se acabaron las noches en vela gritándole a un amasijo de
cristales rotos. ’’
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