La inspiración me ha abandonado por
no hacer uno de su talento. Las musas reniegan de mi llamada y el papel no
quiere marcar con tinta su piel. Las palabras han creado un nuevo código en mi
razón, no puedo descifrarlas. Me siento vacío, no puedo dejar salir todos los sentimientos
que tengo encerrados en lo más profundo de mi dolor.
Mis manos están temblando, temen
quedar paralizadas para siempre y no poder ya más dar rienda suelta a su arte. Una
presión en el pecho las acompaña, la preocupación crece cada día. No lo puedo
controlar. Mis ojos se llenan de lágrimas, desdeñosos porque les he hecho
perder su belleza y compostura con mi torpeza e inutilidad.
No puedo más que disculparme: lo
siento; perdonadme, pues soy el único culpable de esta patética situación. La
vergüenza de poner término a lo que me atormenta me ha puesto fin y, con ello,
he sepultado todos vuestros sueños e ilusiones. Habéis caído conmigo, os he
arrastrado al vil agujero de los don nadie. Una vez más, lo siento. Lo siento
mucho.
Los sollozos que mi suplicio crea son
cada vez más numerosos y estridentes. Mi pobre corazón acelerado trata dar
calma a la pequeña tormenta que tiene lugar en mi interior. Lo intenta sin
mucho éxito, todos sus esfuerzos son en vano. Agradezco su auxilio, de verdad
lo hago, pero ya es demasiado tarde para mí. Ya nada volverá a ser como antes,
he dejado pasar de largo la mayor oportunidad que sólo yo puede darme.
Abandonadme, pues. Permitidme marchar
ahora que todavía me queda algo de dignidad. Mas os imploro, desde mi terminal
lucidez, un último favor: tended mi cuerpo sobre la Madre Tierra para que ésta
pueda crear algo bello de lo que yo renegué en vida. Mi cuerpo, mi mente, mi alma…
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