domingo, 23 de marzo de 2014

Tan ella.

    Ella estaba sentada en una de aquellas sillas que llenaban el interior de la sobria cocina. Estaba tomándose su té rojo con dos azucarillos como todas las mañanas. Algo tan rutinario, que ya no recordaba cuando había comenzado aquel hábito. Para ella, cada día era el resultado de un movimiento cíclico constante, un movimiento que no paraba y que siempre era el mismo. Desde hacía algún tiempo todo fluía con la misma intensidad en su vida, cada momento, cada respiro. Todo… 
    El sonidito metálico que producía la cucharilla al dar vueltas en la taza de té y el repiqueteo de las lejanas gotas de agua procedentes de la calle eran su única compañía. Sólo estaban ella y los sonidos. Nada más que la acompañara en ese preciso y solitario instante de su cansada vida.
    Un camisón blanco con matices de encaje y hecho de seda le tapaba el desnudo cuerpo que exhibía bajo él. Tan blanco, tan inocente, tan puro, tan delicado, tan ella,… Su piel, del color de la arena de playa, contrastaba sobre aquel lienzo impoluto. Esa piel, tan perfecta, tan suave, tan joven, tan ella,… Unos labios coloreados del carmín más pasional resaltaban sobre aquella mansa imagen. Unos labios tan ardientes, tan carnosos, tan llenos de vida, tan ella,… Un poco más arriba se encontraban sus ojos, del color de la hierba tras una tormenta de primavera. Unos ojos con la forma de una almendra. Tan bien encajados sobre aquel rostro que, al mirar directamente sobre ellos, parecía que te estuvieran mirando dentro del alma. Conociendo todos los temores e inseguridades más escondidos en el fondo de tu propio inconsciente. Descubriendo cada pequeño secreto del que habías intentado escapar por tantos años. Tan frescos, tan macizos, tan valerosos, tan tenaces, tan ella,… Su pelo pardo y brillante caía sobre sus rectos hombros formando pequeñas ondas, por las cuales, hasta el océano hubiera tenido envidia de ellas. Aquella melena tan deslumbrante, tan refulgente, tan correcta, tan magnífica, tan ella,… Su rostro perfecto y dulce se alzaba sobre todo lo demás. Tan bello que Afrodita hubiera vendido su alma por tenerlo, Aquellas facciones tan tiernas, tan gratas, tan mansas, tan agradables, tan ella,… 
    Unos pasos firmes procedentes de un lugar que no pudo adivinar entraron en la cocina. Ella al escucharlos supo que algo, por una vez, iba a ser diferente al final. Él se acercó hacia ella por detrás con una pulcritud codiciable. Acercó su rostro, sus labios y su audacia a su oído. En un susurro casi inaudible le murmuró algo con cierta ternura. Algo tan cálido, que ella se relajó por completo. Su faz estaba calmada, tan plácida y serena que hasta hubiera producido pavor a aquellos que en aquel segundo hubieran osado poder mirarla por última vez, haber podido disfrutar de su belleza antes de que la parca se la llevara. 
    El filo limpio del cuchillo se hendió sobre el quebradizo cuello de ella. Su historia, vida y corazón se suspendieron allí mismo. No tuvo reparo en arrebatarle todo, simplemente rajó sin importar en las consecuencias que aquello tenía. Un pequeño rastro de sangre comenzó a caerle manchando todo de sufrimiento a su paso. La mano que hace un momento había estado viva moviendo la cucharilla del té, cayó inerte. Ella murió sabiendo. Ella murió teniendo en mente que su vida ya no era suya. 
    Él, postrado a las espaldas de ella se desplazó unos centímetros para poder mirarla de frente. Él, que le había desposeído del milagro de la vida sintió algo. Un sentimiento de dolor y arrepentimiento que jamás en su longeva vida había experimentado. No, si lo había experimentado en una época pasada, pero lo quiso olvidar. Hace un tiempo él se dejó llevar por las pasiones y cayó. Se dejó enamorar por la flor más delicada que sus ojos jamás vieron. Y ahora, todo se había repetido. Pero algo había cambiado desde la última vez. En esta ocasión, no podía caer más abajo de donde ya estaba. Una lágrima de pesadumbre y aflicción le cayó, una lágrima solitaria y desamparada fácil de arrinconar. La limpió, la miró por última vez y se fue tan rápido como había llegado.
    La dejó allí sola. El peso que suponía su cuerpo, cayó contra el suelo haciendo que la sangre salpicara completamente el espacio. 
    El camisón blanco que cubría su cuerpo se mancilló del escarlata más potente que hay en el interior de una criatura. Su piel, fue perdiendo color hasta llegar a apagarse por completo. Tan imperfecta, tan seca, tan anciana, tan ella,… Aquellos labios dejaron de resaltar y mudaron a un mortecino tono. Tan secos y faltos de cariño, unos labios  a los que no habían dejado poder amar lo suficiente. Tan fríos, tan pequeños, tan muertos, tan ella,… Unos cetrinos ojos dejaron de vivir y la luz que había tras ellos desapareció. Parecían cansados, agotados de recordar viejos tiempos de gloria. Ellos, tan templados, tan huecos, tan débiles, tan cobardes, tan ella,… El pelo, ya lacio, se tornó azabache. Se desplomó contra el suelo encharcado en perdición. Tan apagado, tan opaco, tan mediocre, tan pobre, tan ella,… Ese pelo, que con timidez tapaba el rostro imperfecto de ella. Tan exánime, tan desfallecido pero a la vez, tan sereno y placentero que parecía que había estado esperando la muerte desde hacía tiempo. 
    Se la llevaron un día lluvioso de Mayo. Ella no se resistió, no desafió a su asesino; ella sólo sucumbió y aceptó su destino. Murió y unas palabras que cierto ángel le había susurrado fueron lo último que resonó en su cabeza. 
    ''-Lo siento amada mía, una diosa lo reclama de vuelta…’’

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