Mil agujas
traspasaron la febril y débil carne. Las puntas de cristal, el cuerpo de puro
papel, la garganta reseca. Lleno de angustia el grito desesperado resonó sólo
dentro de su cabeza. La fina y pulcra perforación no hubiera dejado cicatriz,
mas la inexistente sangre cae ilusoria a través del telón. Sus latidos no son
acelerados, la calma inunda los conductos de vida que recorren su ser. El
alivio hincha sus pulmones, el aire consigue por fin salir mezclado junto a la
ponzoña de la ruina.
Y ya no había nada
más que pudiera hacerse. La podredumbre comenzó a extenderse, las extremidades
quedan ya inservibles. Las agujas se doblan y tuercen, anhelan el control total
de la razón herida.
Perforación. Ya basta. Torsión. Pa… Haz que pare. Clac. Quejido
de dolor. Clac. Retuerce el pequeño
cuerpo. No… CLAC. Las costillas quedan hechas añicos.
Grito GRITO Grito jadeo
Grito tos Déjalo ir
Tos TOS GRITO auxilio
GrTos NO QUIERO MÁS
Déjame ir
Ahogamiento No
soy yo
Tos.
Tos.
Y las silenciosas
lágrimas se convirtieron en sangre y después en ácido. Un ácido capaz de quemar
hasta el más fuerte de los elementos, pero no su carne. La exasperación de una
razón lejos de la causa, la ira que rebota en los sentidos aturdidos, la pesada
risa de un recuerdo pasado. Si la realidad estuviera llena de bromas, esta sería,
sin lugar a dudas, la mejor de todas.
Ven a mí. No quiero. Tienes
que hacerlo.
No lo deseo. Debes hacerlo. ¿Quién
eres? Ello no alberga respuesta. No
quiero morir. No vas a hacerlo. ¿Por
qué estoy aquí? Tú ya lo sabes.
Muere
Muere Muere ¡Muere!
Vueltas y más
vueltas. El mundo a su alrededor sólo daba malditas vueltas.
Estate quieto… Creo que ya he leído esto antes.
Ciertamente el
poema ya estaba llegando a su fin, pero las últimas gotas de tinta seca
luchaban por hacer de las páginas una batalla fiel y duradera. No merecía la
pena, el núcleo hace mucho que quedó reventado. La red está casi vacía, el oro
líquido ha sido extraído. El calor de unos brazos llenos de indiferencia, la
acogida de la apatía, el otro lado que atrae como una soga al cuello.
El cuerpo
perforado cae ya sobre la espesa penumbra. Los ojos áureos todavía mantienen la
vida, el brazo derecho se levanta… Implora al cielo un último instante que
jamás llegará.
La fealdad se
desvanece,
la belleza
resurge.
Sigamos
divirtiéndonos.
Vamos.
Vamos.
Vamos.
Este juego todavía
no ha acabado.
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